¿qué hay de nuevo, viejo?

¿Qué hay de nuevo, viejo? Una pregunta a la que Elmer Gruñón solía contestar con sendos disparos de escopeta de cañón doble. Claro que Elmer jamás consiguió saber si era temporada de conejos o temporada de patos.

Lo nuevo se define por contraposición a lo viejo. Lo viejo es el funcionariado -al que la mayoría accede por méritos propios-; los presupuestos hinchados; la pereza a la hora de buscar rostros; la escasez de alternativas a la anemia industrial y la falta de respeto por el espectador.

Nuevo, lo que se dice nuevo, no hay nada. Lo nuevo -por novedoso- es la independencia.

En un rapto metafísico poco habitual, La Cuadrilla propone al lector su concepto espiral del tiempo en el que se dan la mano lo nuevo y lo novísimo del cine español:

Pepe Isbert, Manolo Morán, el Edgar Neville de La torre de los siete jorobados, José Luis Ozores, el Zulueta de Amalgama, el Antonio Vico de Mi tío Jacinto, Ella, él y sus millones, Luis Ciges, el Bigas Luna de Bilbao, las colaboraciones de Miguel Mihura con Eduardo Maroto, Segundo de Chomón, Fernando Fernán Gómez, el Buñuel de «Ensayo de un crimen» -no es culpa nuestra que sus mejores películas sean mexicanas-, Julia Caba Alba, el Berlanga de El verdugo, el Alex de la Iglesia de Marbella Antivicio, Sáenz de Heredia en el episodio del esquimal de Historias de la radio o El destino se disculpa, Antonio Casal, el Cassen de Plácido, Qué he hecho yo para merecer ésto, el Azcona de El cochecito, el Forqué de Atraco a las tres, el Pedro Beltrán de El extraño viaje o el fulgurante «garrulo lisérgico» Antonio Blanco.

Eso fue to… Eso fue to… Eso fue todo, amigos.

¿QUÉ HAY DE NUEVO, VIEJO? (Academia n. 9, enero-1995)