los super-8 y la crítica

casablanca

Ignacio Gutiérrez Solana: «Super-8: Escuadrilla Lafayette», en Casablanca, n. 29, mayo de 1983.

Hace dos años, un pequeño film sorprendía a los asistentes del Concurso Súper-8 de la Universidad Complutense. Durante tres minutos (un cartucho de película) un nutrido grupo de variopintos personajes cometía ante la cámara todo tipo de insensateces, con la sola interrupción de un plano en el que uno de ellos, mirando displicentemente, sentenciaba: «Despojos». Título del engendro y presentación de sus autores al mismo tiempo.

Ante el rasgar de vestiduras de algún que otro estudioso de la comunicación, el jurado supo apreciar tamaña desfachatez insustancial frente a tanta insustancialidad pretenciosa que suele concurrir a esos eventos, y sus autores se llevaron una mención especial. Un año después, este grupo, adaptando entonces el nombre de Stress en la Fábrica, copó casi todos los premios del mismo concurso. Santiago Aguilar, Raúl Barbé y Luis G. Guridi son los máximos responsables de este colectivo, al que quizá lo que más defina sea su pasión por rodar. Tanto a la vista de su ya extensa producción como hablando con ellos, se llega a la conclusión de que si no lo hacen constantemente es por pura imposibilidad material. Me refiero a falta de dinero, no a la fatiga física o psíquica, a la que parecen impermeables. Cualquier tema, cualquier sugerencia o lectura, una imagen vista por la calle o en el cine o en la televisión, les da pie para idear una película. Seguramente este frenesí por registrar todo lo visto, oído, leído, imaginado, amado, pensado, vivido, en suma, pasándolo por el tamiz de la ironía o del disparate, sea lo que da un vigor irresistible a sus películas que, por otra parte (o consecuentemente), están hechas con unos medios mínimos.

Como puede suponerse, los temas o géneros que abordan son muy variados. Detestives es un divertimento musical-policiaco en la línea pop de los 60. La pastorcita y las flores es un cuento bucólico con final infeliz, muy bien llevado y sutilmente jocoso. Hacia la oscuridad es una pesadilla obsesiva con una serie de imágenes repitiéndose a ritmo cada vez más acelerado. Además de ser un film enormemente sugerente, contiene una gran aportación al género terrorífico: un plano en el que una vampira se vuelve sobre la cámara y se desternilla de risa, con la sangre saliendo a borbotones de su boca.

Aterrizaje en el cielo es una de sus mejores y más construidas películas, donde evidencian un formidable sentido del montaje, mezclando imágenes de un film bélico, una demostración aérea y planos de los dos protagonistas en su avión (sugerido por un panel tras el que éstos están sentados y dos hierros cruzados simulando el armazón del ala). Por otra parte es la enésima versión (aunque mucho mejor por lo menos que la de Warren Beatty) de las películas sobre muertos rechazados en su destino ultraterreno, aunque a éstos no los quieran ni en el cielo, ni en el purgatorio, ni en el infierno, por lo cual acaban tomándose a risa su caída en picado. Fergus O’Brien es como un apunte de película sobre una memoria dolorida y nostálgica, demostrativo de que también saben hacer una narración pausada y evocadora. Cualidad que también tiene Los pequeños placeres, una humorada macabra.

Pero su creación más genuina es una serie titulada John Edward Ringling estuvo allí, parodia corrosiva del imperante periodismo en directo. Este personaje es un reportero intrépido siempre-en-el-centro-de-la-noticia, que lo mismo narra un intento fallido de atentado al Papa durante su visita a Madrid, que sigue a un sonriente muchacho dispuesto a poner una bomba en el scalextric de Atocha mientras explica gustosamente a las cámaras cómo lo hace, que asiste a la huelga de hambre y muerte de Bobby Sands, introduciéndose en una hipotética cárcel (sólo vemos un muro en el que se recuesta el moribundo, con diversos personajes entrando y saliendo de campo, película inmisericorde que congela la sonrisa a más de un progre), o que es capaz de llegar a provocar, a través de un programa de radio, el atropello de un marido celoso a su mujer y luego reconstruirlo cínicamente con la policía, llevándose igualmente por delante a un agente.

Mientras no encuentren quién les produzca habrá que seguir atentamente a este grupo por los concursos o a través de las ocasionales proyecciones que hacen en pubs o discotecas. Además de los nombres citados al comienzo han tenido también otros como La Agonía de Suslov o Instituto del frío. De momento, no sé hasta cuándo, se hacen llamar Escuadrilla Lafayette.