el creador de la vivancada

En una entrevista, de pasada, alguien ha mencionado que Fernando Vivanco murió el verano pasado. Lo confirmamos en la prensa: en septiembre de 2012.

Uno de los actores por el que más afecto hemos sentido y con el que no hacía falta hablar de cine pues podía pasarse horas hablando lo mismo de Dickens que de la belleza femenina. Hay películas –La mano negra, de Colomo; Soldados de plomo, de Sacristán- a las que hemos vuelto sólo por él. Fernando mantuvo siempre un contacto sanamente amateur con el cine, colaborando con un grupo de directores, entre los que destacan por la continuidad de la relación Emilio Martínez Lázaro y Fernando Colomo. Pero, sobre todo, es el creador de la “vivancada”, a medio camino entre la “morcilla” y el “acto surreal”.

Lo conocimos en Justino, repitió en Matías y escribimos para el en Atilano nuestro primer villano. Nunca habíamos escrito este papel hasta entoncesporque les cogemos demasiado cariño a los personajes como para tipificarlos tanto. De todos modos, el delfín de los banqueros, Antúnez, es un malvado a la altura de los tiempos que corren; su objetivo no es dominar el mundo si no… ser el gobernador del Banco de España. Para darle vida teníamos claro desde el principio que no podía hacerlo otro que Vivanco. Hizo lo que tenía que hacer y mucho más: fue amenazante, tierno, sinvergüenza, cínico, seductor…

Hablamos con él hará dos o tres años y se encontraba mal, pero el humor cafre era el mismo de siempre. Se había ido a vivir al Escorial y se quejaba de que en aquel «pueblo de curas» todas las cuestas fueran hacia arriba. Ni creía en Dios ni nos parece que quisiera descansar. Seguro que sus últimas palabras fueron sólo una, que pronunciaba como nadie con aquella voz suya campanuda y cazallosa: ¡Coño!