benito ben(d)ito

El 18 de diciembre pasado fallecía en León nuestro cómplice en aventuras superochísticas Juan Manuel Álvarez Benito: «Manolín» para su familia; Ben(d)ito cuando quiso promocionarse en el mercado del arte y la costura; para nosotros, Benito.

Mantuvimos el contacto con él durante muchos años e, incluso, fuimos a visitarlo un par de veces a Otero de las Dueñas, cuyo único bar regentó durante un tiempo, siguiendo la tradición familiar y por motivos personales. Allí, para los paisanos que jugaban la partida y los pastores que bajaban del monte a dejarse la semanada, pinchaba funk y psicodelia, exponía la obra conceptual que pintaba en el altillo de la casa, hacía pases de modelos con la ropa que él mismo diseñaba y organizó una proyección de súper-8 con sus propios cortos y los que habíamos hecho juntos entre 1980 y 1986.

Con el correalizamos, La cena, un homenaje a las bagatelas maclarenianas, y Dos estampas lastinas, díptico solanesco contemporáneo que hoy nos habría valido una condena. Fue el eslabón perdido en Darwin, estás equivocado y el jefe de la KGB y el trilero en nuestro Curso de inglés. De un viaje por Galicia resultaron dos nuevos súper-8s: O coche, road movie al ritmo de Os Resentidos, y la entrada dedicada al Niño raro de la serie Niños difíciles.

También participamos en la práctica de realización que culminaba nuestro paso por las aulas de lo que entonces era la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense y cuyo guión y realización asumió él. Más tarde, cuando nos lanzamos a rodar cortos en 35mm, hizo un doble papel de bobby y gendarme de Saint Tropez -muy poco louisfunesco, eso sí- en La hija de Fu-Manchú ’72.

Por su cuenta, adaptó a Jack London en los Montes de León, hizo películas entre lo familiar y la experimentación, y ejerció de jefe de producción en 1993 en el cortometraje Estirpe de tritones. En 2006 el Instituto Leonés de Cultura publica su único ensayo: El cine leonés: un estudio. Luego nos llegaron noticias de que había vuelto a abrir el bar familiar, en el barrio de la Asunción, y que volvía a la creación, ahora en digital, con una serie de retratos imaginarios realizados con los parroquianos.

Los súper-8s que le enviamos a Otero de las Dueñas nunca volvieron de allí. Estaban rodados en material reversible y eran, por tanto, copias únicas que hemos perdido para siempre. Como a Benito ahora, en la distancia y la ignorancia, si no fuera porque un próximo viaje a León nos ha hecho interesarnos ayer por él. La Red, brutal en su asepsia, nos ha devuelto su esquela.