la inocencia tomada en un sentido es estupidez y, en otro, integridad

equipo Matías, juez de línea

«La inocencia tomada en un sentido es estupidez y, en otro, integridad; al igual que la astucia se desdobla en habilidad y corrupción». La opinión de Charles Barr a propósito del cine de Alexander Mackendrick nos viene que ni pintada para definir la personalidad de Matías, un juez de línea que, en su inocencia, arrasa cuanto toca.

Partiendo de una premisa clásica de la comedia, Matías es el héroe «por defecto», el que sin proponérselo termina logrando lo que nadie conseguiría poniendo todo su empeño. Pita un penalti que impide al equipo español colarse en el mundial de fútbol y su única oportunidad de escapar de un seguro linchamiento es la remota villa de donde salió siendo un niño, un pequeño pueblo en la costa gallega. Sale de Málaga para caer en Malagón.

Malagón es San Amancio, un pueblo dedicado al contrabando de alcohol: feo negocio al que sus sencillos habitantes se han visto empujados por la normativa de la CEE que, entre otras cosas, grava el precio de las bebidas espirituosas. La situación de la Europa tras la caída del telón de acero facilita el intercambio: los países del este se ven abocados a vender a bajo precio sus excedentes de licor y a organizar mundiales de fútbol.

El aspecto de la película que más pesaba a la hora de decidir el tono venía dictado por la vertiente social / comprometida que mucha gente había querido ver en Justino. Íbamos a hacer todo lo contrario: estábamos dispuestos a rodar una comedia blanca sin intención satírica ninguna; una película en la que los chistes tuvieran que defenderse por sí mismos, independientemente del argumento y en la que el ambiente del pueblo dominase sobre los elementos de intriga.

En la superficie Matías es la historia del reencuentro entre un hijo abstemio y ordenancista y un padre alcohólico que recupera la dignidad. En nuestro particular balance, unas semanas de vida en común con un equipo y un reparto de imborrable recuerdo.