Matías es juez de línea. Su vida se rige por normas… Y la primera de ellas es la verdad.
Su honestidad a toda prueba le hace merecedor de un intento de linchamiento por pitar un penalti en un partido que supone la eliminación de la selección española del Mundial de fútbol. El país entero pide su cabeza.
Su única posibilidad de escape es la remota villa de donde salió siendo un niño. San Amancio es un pequeño -y en apariencia tranquilo- pueblo de la costa gallega. Allí quedó TOMAS, su padre, que se ha ganado a pulso el título de borracho oficial de un pueblo donde hasta los más pequeños empinan el codo habitualmente y los mayores lo hacen sin interrupción. TOMAS ve en la llegada de su hijo la oportunidad de hacerse valer ante sus paisanos y consigue que el «juez de línea» sea tomado por «juez» a secas.
Matías cree haberse librado, pero sin saberlo, se ha convertido en el peor enemigo de un pueblo dedicado en exclusiva al contrabando de licor -el párroco ha sabido mantener a los hombres fieles a las tradiciones y ha evitado que caigan en el narcotráfico-. La vida humana vale relativamente poco y la de Matías baja por momentos su cotización.
Un hombre que no bebe difícilmente puede ser tomado en consideración y mucho menos en San Amancio. Pero uno que no miente, ni siquiera para salvar su vida, merece tropezar con sus propias piedras filosofales. Así lo hará Matías repetidas veces, poniendo en peligro la gran operación de contrabando que se prepara en el pueblo y firmando, de esta manera, su sentencia.
Matías tiene ahora algo que nunca tuvo: unos vecinos que le condenan, un padre que le engaña y una mujer que le utiliza; puntos de apoyo indispensables para poder enfrentarse a la primera mentira de su vida.