una comedia: día de fiesta

LA COMEDIA Y LA VELOCIDAD

Al principio fueron los Keystone Cops, un grupo de policías que vuelan por los aires cada vez que su coche da una curva. Mack Sennett impuso, con ellos, el triunfo de la velocidad y la fuerza centrífuga como elementos básicos de la comedia. Añadiremos como guindas en una trata volante, la burla a la autoridad y las bellezas en traje de baño. Quien diga que hace falta más para hacer una buena comedia es un farsante.

Sennett reclutó a muchas de sus estrellas en el «vaudeville» y de este mundo heredó un término que definiría todo el género: el «slapstick» -una palmeta que al ser golpeada producía un ruido sordo de gran impacto-. El fundador de la Keystone siempre reconoció su deuda con el francés Max Linder y fue precisamente en Francia, finalizada la segunda Guerra Mundial, que el espíritu de Sennett se reencarnó en el físico inconfundible de un ex-jugador de rugby: Jacques Tati.

UN DIA DE FIESTA EN FOLLAINVILLE

El primer cortometraje de Tati tras la guerra fue L’ecole des facteurs. Relata las peripecias ocurridas a François -el mismo Tati- y otros alumnos de una escuela de carteros en la que aprenden a repartir el correo en bicicletas estáticas y a entregar con el oportuno gesto una factura, la notificación de una defunción o el correo comercial. Un par de años después Tati regresa al pueblecito de Sainte-Sévère para rodar el que va a ser su primer largometraje, Día de fiesta, desarrollando las ideas apuntadas en aquel corto. Muchos de los habitantes toman parte en el rodaje y Sainte-Sévère se convierte en Follainville.

Día de fiesta relata sencillamente eso: un día de fiesta en una pequeña localidad y como esas horas alteran momentáneamente las vidas de sus habitantes. Las de unos más que las de otros, porque en una carpa se proyecta como complemento a una película de vaqueros un documental sobre el trabajo de los carteros americanos y François decide que ya está bien de los viejos métodos y revoluciona el pueblo con su sistema de reparto.

Como siempre en la comedia, el sentido del ritmo es lo fundamental y Tati juega con él como un maestro. Hace del sonido su aliado para crear una película «muda» en el que ocupan el mismo rango en la banda sonora la música, los efectos y los diálogos. Ya han pasado diez minutos de película y hemos tenido tiempo de conocer a los feriantes, a los habitantes del pueblo y a la vieja que oficiará de anfitriona cuando conocemos al cartero.

François es acosado por una abeja a la que no vemos pero escuchamos. Los intentos del cartero por librarse de ella provocan la risa de un campesino que contempla la escena desde lo lejos. François logra deshacerse del molesto insecto que ahora persigue al que era divertido espectador. Curiosa manera de analizar la posición del público de comedias que se dispone a reír en su butaca sin saber que la risa nunca es inocente.

François desemboca en la plaza del pueblo, donde un grupo de vecinos intenta erigir un mástil. El poste se inclina peligrosamente y el cartero no tiene más remedio que desviar su bicicleta al interior de la taberna para asomar a los pocos segundos en el balcón del primer piso, mientras el tabernero arroja la bicicleta a la calle indignado. No es una presentación del caos tan definitiva como la entrada en el pequeño hotel de la playa de Las vacaciones de Monsieur Hulot, pero casi.

A LA AMERICANA

En el mundo de Tati no caben las revoluciones. Acusado tantas veces de conservador y defensor de la más rancia tradición, el cineasta encarnará por única vez a un hombre atacado por la fiebre de la velocidad pero ajeno al mundo que le rodea. No es extraño que entre en una casa a toda velocidad para entregar una carta y bromee con su propietario por su esmero en arreglarse, sin advertir que está velando a un difunto. El mismo personaje que perderá el bigote y crecerá hasta metamorfosearse en Monsieur Hulot.

François contempla un documental sobre el sistema de correos americano: las proezas, la lucha contra los elementos, las acrobacias… Y todo con tal de que el correo llegue lo más pronto posible.

El tramo final de la película desarrolla el reparto «a la americana». Bajo la mirada burlona de sus convecinos, François sucumbe al torbellino de la velocidad en una serie de gags encadenados que se inician con su irrupción en el plácido despacho de correos en el que el matasellos de cada carta comporta una cadena de estudiados y lentos movimientos. El cartero revoluciona la oficina. Al salir, engancha el manillar de su bicicleta a un camión y aprovecha la trasera para realizar las mismas actividades que sus compañeros a toda velocidad. Sus prisas le llevan a dejarle al panadero su carta en las manos llenas de masa, al herrero, bajo el rabo del caballo que está herrando, al pocero, en el cubo y al agricultor, en la cosechadora.

En uno de los chistes mejor medidos de la película, François entra en la iglesia. Hemos visto desaparecer por arriba al sacristán agarrado a la cuerda que hace funcionar la campana. Cuando baja, el cartero le entrega la carta y el sacristán le da, a cambio, la cuerda. Mientras el sacristán lee, François vuela. Entra una beata. François desciende, acuciado por la prisa y le entrega la cuerda a la mujer, que sale por los aires.

Keaton y su locomotora. Harold Lloyd y su coche. Chaplin y sus patines… François es indisociable de su bicicleta. Aprende en el tiovivo la técnica de montar en marcha y la emplea con absoluta eficacia, pero la bicicleta cobra vida, hasta el punto de que en la parte final hará su recorrido por su cuenta animada de vida propia.

Cuando logra recuperarla se ve mezclado con un pelotón de ciclistas que han de ponerse al «sprint» si quieren alcanzarle. Un paso a nivel detiene a François y, tras perseguir a una moto, acaba en el río. Este es el final de su carrera «a la americana».

Día de fiesta basa su humor en la observación de la vida cotidiana, en unos cuantos gags bien medidos y en la construcción de un protagonista cómico y creíble a la vez. El heredero europeo de Sennett ha sucumbido a la fuerza centrífuga y termina entregado a las tareas agrícolas mientras un niño se va a hacer el reparto.

Con los años, François se afeitará el bigote, se mudará a la ciudad, cambiará de indumentaria e, incluso, de nombre. Con Monsieur Hulot nos iremos de vacaciones, visitaremos el hogar moderno, nos perderemos en la gran ciudad o haremos un viaje por autopista, pero, de vez en cuando, nos gusta regresar a Follainville y comprobar cómo se hacen las cosas «a la americana».

¿UN DIA DE FIESTA EN PEÑISCOLA?

Día de fiesta fue rodada en blanco y negro y en color por partida doble. Se ve que el sistema de color de la casa Thompson no ofrecía demasiadas garantías. Durante años hemos podido ver la versión reelaborada por su director en 1964, que tenía el encanto de las banderitas y los farolillos coloreados a mano. En el Festival de Rotterdam de este año se ha proyectado la copia restaurada a partir del negativo color y estaremos encantados de verla en Peñíscola el año que viene.

«Una comedia: Día de fiesta» (Catálogo del Festival de Peñíscola, 1995)