matías y la crítica

tráiler matías, juez de línea

Francisco Marinero: «¡Viva lo ilegal!», en Metrópolis, abril de 1996.

Tras la revelación de Justino, un asesino de la tercera edad, había expectación por la segunda obra de Santiago Aguilar y Luis Guridi (La Cuadrilla) y éstos no la han defraudado. Matías, juez de línea confirma sus cualidades: continuación de la mejor escuela de la comedia costumbrista española, guión rico en situaciones y sobre todo en personajes tratados con afecto y perfecta adecuación a ellos de unos actores secundarios a quienes se reivindica dándoles rango de protagonistas, elogio de la transgresión de las normas. Lo que más sorprendió y gustó de Justino fue su humor negro, su condición de esperpento y la capacidad de los directores de rodarla con un presupuesto bajo mínimos y La Cuadrilla no ha caído en la tentación de instalarse en el confort de esos elogios: Matías tiene un humor colorista, es una comedia idílica y La Cuadrilla se ha resarcido de las penurias pasadas con un presupuesto suficiente y unos soberbios paisajes gallegos en color y pantalla panorámica. De nuevo, presentan un personaje atípico. Matías es juez de línea en un partido España-Finlandia del Mundial y no sólo señala un penalty contra nuestra selección sino que, llevado por su criminal integridad, usurpa el papel del pasivo y sobornado árbitro e insiste en pitarlo; España queda eliminada y Matías es el objeto de la santa cólera del pueblo. Tanto que debe huir y buscar refugio en la aldea gallega donde vive su padre quien, para protegerle, hace creer a sus vecinos, sin que el propio Matías lo sepa, que éste no es juez de línea, sino juez a secas. La honradez de Matías le valdrá la hostilidad general: todo el pueblo de San Amancio, Administración y la Iglesia a la cabeza, vive del contrabando del alcohol y la impertinente presencia del juez fuerza a los aldeanos a traficar en condiciones penosas.

Argumento parecido al de Whisky Galore de Alexander Mackendrick de 1949, clásico de la comedia costumbrista inglesa, matizado por complicidades con resonancias del Calabuch de Berlanga de 1956, también clásico pero de la española. Al igual, en Matías el humor se basa, más que en las situaciones pintorescas (y hay bastantes, sobre todo a costa de un ir y venir de féretros), en las relaciones armónicas (pese a, cuando no gracias a sus enfrentamientos) entre unos personajes que, sin excepción, se ganan la simpatía del espectador. Por supuesto, este homenaje al contrabando y el alcoholismo, nobles tradiciones gallegas, es una idealización y eso lleva a que su humor sea menos incisivo que el de Justino, pero son de agradecer una comedia relajante, unos actores cómodos y un espectáculo paisajístico.

Francisco Llinás: «El cine en TV: Matías, juez de línea», en Diario 16.

De nuevo un cineasta muere de éxito. Si Justino, un asesino de la tercera edad tenía un valor: era el de la modestia, el saber aprovechar una pobreza de medios que rondaba la indigencia. Ahora, con una producción más normalizada, parecen fallar las ideas y lo que antes era frescura se convierte en fórmula. A caballo entre la tradición del esperpento hispánico y la comedia inglesa, Matías, juez de línea, salvando a sus actores, carece de la frescura que hacía perdonables las insuficiencias del primer film. Y como su anómalo creador es inteligente, cabe esperar que sepa tomar nota de que es más difícil la segunda película que la primera.